La apostasía venidera y la corrupción moral ya prevaleciente

 Capítulo 10

LA APOSTASÍA VENIDERA Y LA

CORRUPCIÓN MORAL

YA PREVALECIENTE, 3:1-9

Consideraciones preliminares, 1.

Lo que Pablo acaba de decir acerca de los opositores de la verdad, le lleva a

advertir a Timoteo de que una creciente apostasía (=abandono de la fe)

caracterizará “los postreros días” y que, por lo tanto, ha de esperarse una

multiplicación de la maldad. Esto es algo que debe saber (v.1) para que no le coja

desprevenido ni le sorprenda el apartamiento de la fe por parte de muchos, y la

progresiva degeneración que resultará. Aunque la frase “los postreros días”mira

hacia el futuro, el Apóstol habla de algo que ya es presente (comp.. 2 Ts.2:7; Hch.

2:17), porque se trata de unas características generales de toda una época que ha

de perdurar hasta la Segunda Venida de Cristo. El apóstol Juan había de advertir

a sus lectores que “ahora es el último tiempo” ya que “...han surgido muchos anticristos”

(1 Juan 2:18); sin duda se refería a la profecía que había oído de labios del

mismo Señor en el llamado “Sermón Profético” (Mt.24:5). Con todo, la

Escritura señala claramente que, bien que tales fenómenos caracterizarán toda la

época inaugurada por la Venida del Espíritu en Pentecostés, habrá una

intensificación marcada de las señales al acercarse el fin. Pablo, pues, no está

describiendo proféticamente el futuro sólo, sino señalando a su colega algunos

fenómenos que ya se manifestaban y que había de tener en cuenta en su

ministerio (comp.Gál. 1:4 y Ef. 5:16).

Muchos expositores e historiadores han observado la gran similitud que

existe entre aquella época tan depravada moralmente y la nuestra de la sociedad

occidental del siglo XXI. Eran –y son- “tiempos difíciles”(“violentos”, “feroces” o

“difíciles de soportar”, BLA, VHA) en los que la corrupción moral era producto

directo de la apostasía, o sea, que las desviaciones morales que se detallan a

continuación tenían su raíz en una religiosidad en ruinas, enseñada y predicada

por herejes que habían salido de los círculos cristianos o estaban allegados a

ellos. Habiendo abandonado la fe apostólica, seguían las fábulas y sistemas

filosóficos de fabricación humana. Por eso, en el fondo, lo que Pablo describe

en un pasaje corto pero escalofriante no es tanto la sociedad pagana

contemporánea con él –esto lo había hecho con claridad meridiana en Ro. 1:18-

32; Ef.2:1-3; 4:17-19, etc., sino los efectos de la apostasía en círculos cristianos, una

descripción que vale para todos los tiempos como se ha visto a lo largo de la

historia del cristianismo. Cuando empiezan a menguar la piedad vital, el fervor

de la fe en Cristo y el poder gozoso del Espíritu Santo, y sobre todo el amor a

Dios y a los hombres sus criaturas, se abre la puerta al mero formalismo religioso, al

ritualismo y el sacramentalismo en sus diferentes formas, sustituyendo las

verdades bíblicas por las tradiciones humanas. Todo eso puede marcar acaso un

camino a seguir si existe una búsqueda sincera en el corazón, pero no encierran

en sí el poder para vivir que es la esencia de la fe cristiana, basada en la

transformación real efectuada por la Muerte y Resurrección de Cristo y la

Venida del Espíritu Santo.

El próximo paso es la desviación de la fe apostólica, o por añadirle elementos

tradicionales extraños a su naturaleza espiritual y que lo desvirtúan, o por

quitarle o anular elementos vitales que le son esenciales, todos los cuales llevan

indefectiblemente al abandono de la fe viva y la apostasía. Puede que se

mantenga una fachada de piedad, para “guardar las apariencias”, como se suele

decir, pero el resultado es la negación de su poder regenerador y vitalizador (v.5).

Lo importante para Timoteo era saber que el que se procuraba mantenerse

firme en tal situación se exponía automáticamente a la persecución: el

resentimiento y el odio contra el testimonio claro de los piadosos es la reacción

inevitable de los que desean vivir una vida impía –es decir, sin referencia a las

normas de la santidad divina-, lo mismo en el siglo I como hoy en día. Por eso,

en la última parte del capítulo Pablo habla de la seguridad y consolación que

aportan las Escrituras, la experiencia constante de la comunicación íntima con

Dios, y la memoria de ejemplos preclaros de piedad que han precedido a los

siervos de Dios en sus respectivos peregrinajes, que conjuntamente proveen una

cimentación sólida para la fe en días de apostasía y de la persecución que resulta

de ella.

La descripción de la apostasía venidera y

ya presente, 2-5.

Es saludable leer estos vv. en alguna versión o paráfrasis moderna como la

Popular (“Dios habla hoy”) o la Nueva Versión Internacional, las cuales captan

el vigor a la vez que la mayor exactitud de la descripción y un cierto juego

lingüístico en el original que hasta ahora no ha sido captado adecuadamente en

las traducciones más antiguas.

Antes de pasar a una consideración detallada de los pecados constatados

hemos de notar varias cosas de gran importancia para su comprensión global:

1. La lista no parece tener un orden premeditado, aunque sí se puede decir

que las dos primeras características marcan la pauta para el desarrollo de las

demás;

2. Recuerda a los catálogos de vicios hallados en la literatura secular

grecorromana (comp.. Ro. 1:29-31; 1 Co. 6:9-10; Gál. 5:19-22; 1 Ti. 1:9-10; 6:3-

10; en algunos casos, como el presente, se describen a las personas viciosas en vez

de sus desmanes;

3. Todas las personas descritas son apóstatas, es decir, personas religiosas que

se han apartado del modelo fundamental de la fe cristiana, aunque siguen

manteniendo ciertas apariencias exteriores de ella,

4. Este apartamiento se debe a una prostitución del amor que Dios desea del

hombre, en aras del egoísmo, el materialismo y el hedonismo más

desvergonzados, con todas sus funestas consecuencias para la moralidad y las

buenas costumbres;

5. Los vv. 2-4 han sido agrupados a veces de acuerdo con sus similitudes

verbales, v.g. “amadores de sí mismos…amadores del dinero”(palabras con el prefijo

griego phil-), o las dos primeras del v.4 que comienzan con pro-… Notemos a

continuación los rasgos principales del pasaje…

“Egoístas”, 2a. Es la única vez que aparece esta palabra en el texto griego

del NT. Se contrasta directamente con el verdadero amor que “no busca lo suyo”

(1 Co. 13:5) y que es “el cumplimiento de la ley” (Ro.13:10). Es apropiado que se

coloque al principio de la lista, puesto que es la esencia de la Caída, de la que

surgen todos los demás frutos feos de este fatal desplazamiento de Dios, a quien

se había de amar sobre todas las cosas, del lugar central de la vida del hombre,

para poner en su lugar a sí mismo. Como hemos visto, de este funesto principio

se derivan todos los demás pecados.

“Amadores del dinero”, 2b. El Señor empleó el mismo adjetivo en

Lc.16:14 para describir a los fariseos, y Pablo echa mano del sustantivo

correspondiente en 1 Ti. 6:10 para advertir contra los peligros de la avaricia: “el

amor al dinero es raíz de toda clase de males” (VHA). Evidentemente, es el resultado

de la característica anterior: una vez desplazado a Dios del trono de la vida, se

coloca una cosa –un ídolo- en su lugar, al que queda esclavizado el hombre

creyendo que ha quedado verdaderamente libre.

“Vanagloriosos, soberbios”...”2c. El primer resultado de la colocación del

yo en el trono de la personalidad humana es que la persona fija su atención en

sus propias pretendidas cualidades, lo que da lugar a la “inflación” del orgullo y el

deseo de lucirse esas pretendidas prendas. Las dos palabras pertenecen al mismo

grupo semántico (comp. Ro. 1:30), así que la diferencia entre ellas es pequeña,

aunque no deja de ser significativa. La vanagloria es la autoadmiración de quien se

mira en el espejo de su propia estimación para luego atraer la atención de los

demás a sí y convencerles de su valía; la soberbia o arrogancia, sin embargo, va un

paso más allá: una vez conseguido que los demás se fijen en ellos, se vuelven

arrogantes, endureciéndose y colocándose por encima de los demás en base a la

“indudable superioridad” que creen tener (y creen que otros lo deban ver también).

“Blasfemos,” 2d, quiere decir injuriadores; por el contexto, no se refiere a

Dios sino a los demás hombres. Es la consecuencia de la arrogancia anterior,

que se cree con el derecho de hablar mal de otros.

“Desobedientes a los padres, ingratos”, 2e. Los más sagrados lazos de la

vida del hombre, instituidos por Dios, ya no se respetan por aquellos que se

consideran más importantes que los demás. Su yo se constituye en el árbitro

único de su existencia y la vida familiar con sus dulces responsabilidades de

convivencia y respeto mutuo deja de ser valores deseables para ellos. Como

consecuencia, se produce la “ingratitud”; esas personas creen, además, que tienen

un derecho natural a la asistencia de los demás sin que esto pudiera implicar una

recíproca obligación por parte de ellos. Ya hemos visto en otros pasajes de estas

epístolas la importancia de dar gracias (véanse, v.g.,1 Ti.2:1; 4:5; 2 Ti.1:1-5),

primero a Dios que nos da “todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos”, y

luego a los hombres, por medio de los cuales algunas de esas cosas buenas y

necesarias nos llegan. El rehusar dar gracias a alguien por algo que nos ha hecho

o dado equivale a anularles, a tratarles como si no existiesen o que no les

debemos nada, o peor aún, no sentirse obligado a mostrar gratitud porque

creemos que el otro más bien nos lo debe a nosotros.

“Irreverentes”, 2f. Ahora, en el centro mismo de la negra lista, arropada por

las feas facciones del egoísmo y de toda la miseria de una humanidad caída,

aparece la verdadera blasfemia: ¡se incluye a Dios y sus exigencias santas sobre las

vidas de sus criaturas en el área de la órbita humana egocéntrica, y le somete al

criterio de ese yo! Esta es la raíz de la irreverencia o impiedad, pero el vocablo

incluye sus frutos también: el considerarse con derecho de prescindir de norma

divina o humana alguna y de ensuciarse en la contaminación moral sin admitir

otra ley que la suya, la de sus apetitos y caprichos. Por eso, las características que

siguen ya son antinaturales o contra naturaleza, en contra de toda moralidad y de

todo orden. El hombre se vuelve otra cosa y niega la misma esencia de su

personalidad creada por Dios con todo lo que esto implica.

“Sin afecto natural” e “implacables”, 3ª. Ellicott traduce muy bien la

primera de estas dos palabras: “faltos de amor hacia aquellos para los cuales la misma

naturaleza lo demanda”(op.cit. Bibliografía). En esta nueva y siniestra muestra de la

impiedad, está en evidencia el trastorno completo de los preceptos más sagrados

de la ley natural. Ese afecto que normalmente caracteriza los lazos familiares, de

amistad, de vecindad, de compañerismo en el trabajo, etc, desaparece, para dar

lugar a una hostilidad dura que no admite responsabilidad de ninguna clase,

desplegando así el feroz egoísmo del hombre caído, que actúa sin freno de

ninguna clase. Relacionada con este concepto de una carencia de afecto natural,

está la de “implacable, que en su esencia significa una persona que no quiere

reconciliarse con alguien que le ha ofendido y pide perdón, o que el mismo ha ofendido y no está

dispuesto a perdonar, aunque el otro se lo pida”. Es, por otra parte, la justificación del

espíritu vengativo que tantos estragos ha dejado en la historia de las relaciones

humanas a todos los niveles.

“Calumniadores”, 3b, quiere decir literalmente “falsos acusadores”o “falsos

testigos”; es la misma palabra, en su forma plural, que los escritores del NT

emplea para el diablo(=diaboloi), aunque la NVI inglesa lo traduce de forma más

general: “habladores maliciosos”. Lo uno y lo otro describen una persona que

levanta falso testimonio de otro porque busca algún interés propio al hacerlo,

una idea que va muy bien con el contexto, que como hemos visto describe a

personas totalmente pagadas de sí mismas.

“Incontinentes, fieros”, 3c. La BLA traduce “desenfrenados”, personas que

han perdido todo control de sus acciones, especialmente en cuestiones sexuales,

y dan rienda suelta a las pasiones más bajas y degradantes (Ro.1:30), de lujuria y

crueldad despiadadas. Esta última palabra significa literalmente “indomados”, que

nos recuerda la fiereza del animal salvaje (aunque forzoso es decir que cuando el

hombre deja gobernarse por las leyes de Dios y se vuelve antinatural, se porta

peor que las bestias, puesto que éstas obran de acuerdo con las leyes de la

naturaleza, mientras el hombre no fue creado para actuar de esta manera).

“No amadores (u odiadores, aborrecedores, BLA) del bien”, 3d,

traduce literalmente “los que odian la bondad”, otro rasgo del amor pervertido que

caracteriza todo el pasaje (comp. Tit.3:3-5). Algunos creen que Pablo inventó el

término, ya que es la única vez, no sólo en la literatura bíblica, sino en la secular

de la época, que aparece, pero sea cual fuere su origen etimológico, expresa muy

bien el tipo de afecto invertido que muestra el hombre que ha rechazado la luz

de Dios y ha escogido adrede vivir en la mentira.

“Traidores, arrebatados (o precipitados, impetuosos, BLA), 4ª. La

traición constatada aquí no se limita a lo que pudiera producirse en las presiones

anormales de una persecución general contra los piadosos (que le daría algún

atenuante), sino trata de la actitud planeada y premeditada del conspirador que

no reconoce ninguna clase de lealtad fuera de sus propios intereses. El concepto

es reforzado por la característica siguiente que indica la disposición presurosa e

impulsiva de quien no se para a pensar en las posibles consecuencias para otros

de sus acciones; éstas se determinan únicamente por los movimientos

caprichosos de su voluntad. La palabra se usa en Hch. 19:36 para describir una

multitud desbocada que ha perdido el control de sus acciones.

“Envanecidos”, 4b, se parece a primera vista como una repetición de la

palabra que denotaba vanidad u orgullo del v.2, pero la palabra empleada es otra:

indica una cabeza llena de humos procedente de una sobreestimación propia (ver 1 Ti. 3:6

acerca del neófito y 6:4) de quien confía únicamente en sus impulsos por el

mero hecho de que son suyos.

“Amadores de los deleites más bien que amadores de Dios”, 4c. De

nuevo el Apóstol insiste en su tema de la prostitución del amor. Ahora ya no es

la simple idolatría, sino la egolatría más acusada., de aquel que cree que todo en su

alrededor existe sólo y exclusivamente para su placer y disfrute y no admite

obligación de ninguna clase, divina o humana. Es una descripción terrible que

muestra a la perfección el estado de quienes bajo una capa de religiosidad se

permiten lo que sea porque se han erigido a sí mismos en los únicos jueces y

árbitros de su existencia.

“Una apariencia de piedad...(pero) que niega su poder”, 5. Como ya

hemos notado, todas las características descritas corresponden a personas con

una religiosidad vacía, que han sustituido una relación vital con Dios por una

sólo de fachada, habiendo abandonado deliberadamente la que Dios les ofrece

en Cristo. Son como conchas de mar hermosas en lo exterior, pero por dentro

vacías y sin vida. Por esta descripción sabemos a ciencia cierta que no se trata de

paganos, sino de apóstatas que una vez habían profesado la fe cristiana pero

después la abandonaron, y con ella, el principio vital o poder del Espíritu Santo.

Encontramos un concepto similar en las palabras del Señor cuando fustigó a los

fariseos llamándoles “sepulcros blanqueados que aparecen hermosos a los ojos de los

hombres, pero por dentro están llenos de huesos e inmundicia” (Mt.23:27).

La exhortación a Timoteo a “apartarse de..”(RVR60) o “evitar”(BLA) aquella

clase de personas da a entender que aunque el pleno florecimiento de la

apostasía descrita era todavía futuro, ya había personas con estas características

de alguna manera asociadas con las iglesias y que su colaborador había de evitar,

lo cual implica algún grado de disciplina a nivel pastoral para proteger a éstas

(véase 1 Co. 5:9-11, donde el Apóstol da instrucciones a los creyentes para que

se disocien de personas que profesan ser creyentes pero cuya conducta moral lo

desmiente). Y las personas que describe a continuación son botones de muestra

que tienen las mismas características que las descritas en los vv.1-5.

Los apóstatas contemporáneos de Pablo, 6-9.

Si los vv. anteriores describían en términos generales el carácter de los que

habían abandonado la fe apostólica, éstos describen algunas de sus obras.

Primero, “se metían en las casas”, que implica cierto grado de agresividad, de

introducirse a la fuerza en la intimidad de las familias con el fin de embaucar a

los miembros más débiles de éstas, en particular a cierta clase de mujeres. La

palabra empleada –(griego = gynkairia) no se refiere al género femenino en

general; es un diminutivo algo despectivo que se refiere a la tendencia que tenían

algunas de creer cualquier cosa que se les presentase, en este caso especialmente

por parte de los embaucadores mentados, con enseñanzas falsas que parecían

ofrecer “panaceas espirituales” que “lavaban” o “limpiaban” conciencias atribuladas,

pasando por alto el único remedio divino para la necesidad perentoria de todo

hombre de recibir el perdón de sus pecados. La nefasta obra de aquellos

hombres era algo fácil de hacer si primero predicaban un “evangelio” legalista que

creaba muchos escrúpulos y cargos de conciencia en la gente, que es algo

característico de esta clase de herejías pseudocristianas. Pero el resultado triste

era no sólo no ofrecer remedio para las pasiones descontroladas de sus víctimas,

sino de colocar sobre sus hombros grandes cargas que eran difíciles de llevar.

De nuevo nos recuerda la descripción que hizo Jesús de los maestros de la ley y

los escribas, cuyas enseñanzas eran pesadas para llevar a efecto y sin ofrecer el

alivio que Dios deseaba para su pueblo (ver Is. 58:6; Mt. 11:28-30;23:4).

Cabe una nota aquí acerca del bulo vergonzoso que ha corrido durante siglos,

-¡promovido siempre por hombres, por supuesto!-, basado en parte sobre estos

vv. y otros pasajes malinterpretados, de que la mujer, por naturaleza, es más débil

mental y espiritualmente que el hombre y por lo tanto no sólo no puede

entender verdades espirituales profundas, sino que, careciendo del necesario

discernimiento, puede ser engañada más fácilmente que el sexo masculino, todo

lo cual le incapacita para el don de enseñador en las iglesias. Sin duda en Éfeso

el sexo femenino era particularmente vulnerable, debido a su sobrevaloración

secular en la zona que ya hemos comentado (y véase Apéndice 1) y parece que los

maestros falsos dirigían sus enseñanzas engañosas preferentemente a algunas

mujeres, pero un caso particular no puede emplearse como base para una teoría

que, a todas luces es totalmente errónea y, además, contradicha ampliamente por

la historia. Que la mujer ha tenido muchos menos privilegios para educarse y

formarse que los varones, es cierto, para vergüenza nuestra, pero también lo es

que dadas las mismas condiciones de formación y oportunidades, tienen tantos

o más dones de enseñanza que los hombres y merecen el debido

reconocimiento por ello en las iglesias del siglo XXI. Nuestras jóvenes y mujeres

deberían recibir la misma formación bíblica, a todos los niveles, que sus

contemporáneos del sexo masculino, y las mismas oportunidades de ejercerla, si

sus dones lo confirman.

Pero el punto principal de lo que Pablo escribe en los vv. 6-7 no era hablar

mal de esas mujeres engañadas sino poner en evidencia el engaño traicionero de

los falsos maestros de los que habían sido víctimas. Predicaban un falso

“evangelio” que no ofrecía una esperanza verdadera sino una falsa, hasta tal punto

que aquellas que la buscaban en las “panaceas”ofrecidas seguían necesitadas de

estos “apaños de esperanza” que nunca satisfacían. ¡Así los malvados instructores

continuaban cobrando sus buenos honorarios, seguramente! (comp.. Tit. 1:10-

16, para otras personas parecidas).

La referencia a Jannes y Jambres, los magos de Faraón, -cuyos nombres

sabemos por su inclusión en el Talmud hebreo y otros escritos extra-bíblicosilustra

la clase de personas que eran los falsos maestros. A aquéllos se les pagaba

para oponerse a la verdad de la voluntad divina representada por sus portavoces

Moisés y Aarón (Ex.7:11; 9:11), y por esa razón tenían “mentes depravadas” y

fueron calificados de “réprobos” en cuanto a la fe verdadera (Tit:1:16). Quiere

decir que eran “corruptos de entendimiento” porque rehusaban la iluminación del

Espíritu a través de sus profetas; tanto ellos en la antigüedad como los falsos

maestros en los tiempos apostólicos no podían ser portavoces suyos porque se

habían desmarcado de la fe apostólica. Además –para colmo- eran “insensatos”,

porque el principio de la sabiduría que es el temor a Dios no operaba en sus

corazones o en sus actos. Y como declara el v.9, por sus frutos se les conocería,

y Dios trastornaría por completo lo que ellos habían tratado de edificar. Caería

todo por fin como un castillo de naipes, como aquella casa que fue fundada

sobre la arena movediza de la parábola evangélica (Mt.7:27).

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR

1. ¿Hasta qué punto se ven las características de la apostasía en nuestros

días? ¿Cómo nos ayuda a detectarlas los vv. 1-5?

2. ¿Quiénes son los “Jannes y Jambres” de nuestros días? ¿Cómo hay que

proceder con ellos, cómo hemos de ayudar a sus víctimas y cuáles

podrían ser las medidas preventivas que las iglesias han de tomar frente

a sus enseñanzas?

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